Todo lo que debes saber sobre la intolerancia a la lactosa

Nuestros antepasados dejaban de ingerir lácteos tras el destete. Su alimentación se basaba en plantas, cereales salvajes, frutas y productos de la caza. Fue tras la revolución industrial (siglo XIX) y el desarrollo de la agricultura y la ganadería (granjas), cuando comenzaron a tomar leche tras dejar de mamar. Lo normal sería que la especie humana dejase de tolerar la lactosa a partir del destete, al igual que todos los mamíferos; sin embargo, a día de hoy seguimos tomando leche siendo adultos y vemos que unos individuos son tolerantes a la lactosa y otros intolerantes a lo largo de toda su vida.

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Desde la época de Galeno, hace ya más de 2000 años, se conoce que la leche puede inducir diarrea y otros síntomas gastrointestinales en determinadas personas. Tras la segunda guerra mundial, la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) envió toneladas de leche a países necesitados. Pronto se comprobó que muchos de los destinatarios (sobre todo en África y en Asia) sufrían náuseas, flatulencias y diarreas al consumirla. Estos problemas intestinales se achacaron erróneamente a infecciones inducidas por la contaminación del agua con la que se preparaba la bebida. Fue en 1965 cuando investigadores del Johns Hopkins Medical School descubrieron las claves de la intolerancia a la leche.

La intolerancia a la lactosa se define como la incapacidad del intestino para digerir la lactosa (azúcar de la leche) y transformarla en glucosa y galactosa debida a una escasez de una enzima llamada lactasa. Es un trastorno que en España afecta a 7 millones de personas.

Los síntomas aparecen entre los 30 minutos y las dos horas después de haber ingerido alimentos (lácteos, algunos embutidos) o medicamentos que contengan lactosa. Desaparecen entre 3 y 6 horas más tarde. Entre los síntomas destacan: dolor abdominal, diarrea, flatulencia y vómitos.

El único tratamiento que, de momento, ha demostrado eficacia es la exclusión de la lactosa de la dieta. La Academia Americana de Pediatría comenta que “El consumo de productos lácteos constituye una importante fuente de calcio para la salud mineral de los huesos, y de otros nutrientes como vitamina D, riboflavina y proteínas que facilitan el crecimiento en niños y adolescentes. Si se eliminan los productos lácteos, se deben ingerir otras fuentes o suplementos de calcio en la alimentación”.

Por lo tanto, si eres intolerante a la lactosa te recomiendo estos alimentos ricos en calcio:

  • Verduras y hortalizas: espinacas, acelga o brócoli.
  • Legumbres: judías blancas, lentejas y garbanzos.
  • Yogures fermentados y quesos curados.
  • Pescados: lenguado, salmón, atún, sardinas, gambas, besugo, langostinos, pulpos…
  • Frutos secos: excepto las castañas y la yema de los huevos.

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